21 May Sayones: Cuerpos imprescindibles de la Cuaresma en Guatemala / Fotografía y Relato
“Entonces yo me volví y observé todas las opresiones que se cometen bajo el sol:
y he aquí, vi las lágrimas de los oprimidos, sin que tuvieran consolador;
en mano de sus opresores estaba el poder, sin que tuvieran consolador.
Y felicité a los muertos, los que ya murieron, más que a los vivos, los que aún viven…”
Eclesiastés: 4: 1-2
Fotografía por Carlos Domínguez González
Relato por Mauricio Táquez Durán
Dentro de la cuaresma de Guatemala coexisten una infinidad de personajes y fenómenos sociales con cargas simbólicas muy singulares, es un tiempo que tiene la capacidad suficiente para seducir tanto por sus bellezas como por sus horrores.
Resulta ser un producto colonial que, aun siendo un arma de imposición de espiritualidad para el dominio de las culturas originarias, bajo el chantaje de “El Cristo que sufre como nosotros”, ha sido profundamente transformado por los sentires y saberes que se han resistido a desaparecer a través de los años, transformación evidenciada en las enormes diferencias que se mantienen entre la tradición española y la forma en que la viven las identidades locales.
Durante la mayor parte de mi infancia, adolescencia y juventud he estado involucrado en gran parte de las expresiones que contiene la Cuaresma y Semana Santa guatemalteca y encuentro especial afinidad hacia sus colores, sus sabores, su música, sus flores y en especial el sentido de comunidad, que, aunque pasajero, se impregna en el ambiente. Fui criado dentro de una familia profundamente católica que participaba desde los grupos parroquiales hasta las llamadas “Hermandades de Pasión”, las cuales se encargan específicamente de la organización de velaciones y procesiones en Antigua Guatemala.
Recuerdo como desde pequeño me emocionaba la llegada de una nueva cuaresma. Recuerdo cómo en los tiempos de la escuela primaria nos organizábamos niños y niñas para ir juntos a las procesiones, emoción que poco tiempo después me llevaría a integrar formalmente de una hermandad (parte algo así como seis años de mi vida) y que me permitió conocer gentes de todos orígenes, que, hasta hoy día, han aportado grandemente a construirme como ser humano.
En cada uno de nuestros proyectos y producciones en Divergencia Colectiva tratamos de hacer acercamientos a las sensibilidades, las cuales consideramos necesarias dentro de las lecturas sobre la realidad. En esta ocasión, queremos generar una discusión tanto problematizadora como sensible y ¿por qué no? también celebratoria alrededor de los Sayones. Digo esto, porque regularmente dentro de la “alternatividad crítica” se ha deslegitimado todo aquello cercano a la cristiandad (discusión aparte) y no ha tenido la suficiente capacidad de identificar las apropiaciones que la cultura popular ha ejercido hacia ella, como mecanismos de resistencia ante la imposición. Aún así, los sayones existen, son cuerpos y sujetos imprescindibles, cuya labor es indispensable en la cuaresma de Antigua Guatemala, pero negados como protagonistas de la misma, sin el reconocimiento simbólico y económico justo.
Por ello, nos resulta urgente reconocer su existencia, labor, resistencia y su lucha, así como la de muchos otros sujetos cuyos cuerpos son injustamente reducidos a fuerza de trabajo, tal y como se ha considerado a la corporalidad indígena y periférica desde la instauración del colonialismo en nuestros territorios. No trato de hablar por nadie, creo firmemente que se lucha desde el propio cuerpo y desde las opresiones sentidas, pero, me considero cercano a ellos en muchos sentidos de equivalencia de opresiones, por lo tanto, me atrevo a hablar, no en su nombre, sino en denuncia de la inferiorización de los cuerpos no-blancos y su relego y empleo para determinadas tareas sociales que escapan del espectro de lo digno y que se han normalizado en la identidad guatemalteca.
Necesarios, pero invisibles:
A grandes rasgos, los Sayones son hombres (Desde mi niñez hasta hoy día nunca he visto a una mujer haciendo estos trabajos) provenientes en su mayoría de comunidades indígenas o urbano marginalizadas y que son convocados o autoconvocados para trabajar en determinado cortejo a cambio de una cantidad monetaria que oscila entre los Q.50.00 a Q.150.00 (dependiendo del cortejo y por un aproximado de 12:00 hasta 21:00 horas seguidas) realizando los trabajos considerados mas pesados, aquellos que no realizan ni los miembros de las hermandades, ni los cucuruchos, ni los músicos, entiéndase: cargar iconos como la cruz alta, ciriales, estandartes, jalar las plantas eléctricas, jalar los lazos alrededor de las andas para mantener el orden, cargar y manejar las liras que evitan que los cables de electricidad choquen con los adornos de las andas, cargar con los instrumentos de los músicos cuando estos dejan de tocar, entre otros, o bien, disfrazados de romanos o penitentes como caricaturas de la pasión de Cristo. No digo que en todas las situaciones suceda exactamente lo mismo, pero es innegable que existe como dinámica estandarizada dentro de lo cuaresmal.
Son los cuerpos que nadie ve en la procesión: niños, jóvenes, adultos y ancianos, unos sanos otros enfermos, parejos o chuecos, pero todos bajo el suplicio de la mayoría de sujetos que han sido históricamente relegados en este país: el perverso “graciasadioshaychance” que nos enseñaron a repetir sin preguntar y que nos roba la dignidad a cambio de unas cuantas fichas para medio sobrevivir el día a día. Así como los jornaleros en la cosecha del café o en la zafra, así mismo viajan ellos a La Antigua en la Cuaresma a buscar chance, pero siempre, a donde les corresponde chambear.
“Es que los inditos aguantan más…”
Toda mi vida había escuchado está frase que hasta parecía ser un halago en lugar de una afirmación racista que perpetúa el soporte esclavista de los Estados coloniales. Esta afirmación eminentemente racista funciona también cuando se habla de Sayones, se les ve como los que sí aguantan y están predeterminados a hacer eso, pero, de todos modos, son los shucos, tercos, los que hay que andar diciéndoles que hacer, los abusivos, los mulas, en fin, los indios que ni modo, hay que andar controlando.
Reconocer esta tensión entre lo inferior pero necesario, es vital para entender y desnaturalizar estas acciones, en su momento yo pensaba exactamente lo mismo y fui participe de ellas, es ahí donde el racismo aflora uno de sus más repugnantes efectos, el repudio por aquellos cuerpos que se encuentran en similares condiciones de opresión a los nuestros, aquellos que, al igual que yo, han sido relegados a las condiciones más limitadas de lo que se entiende por vida digna.
Y no es ninguna broma ni exageración, salga a la calle a ver la procesión, cualquier domingo de cuaresma en Antigua, abra bien los ojos y verá que no lo es; el sistema de ordenamiento racial y de clases es totalmente visible. El cucurucho, hermano cargador, “civilizado” y más atrás el Sayón, la parte “salvaje” del cortejo.
Mirándome al espejo, mirando a los sayones:
Pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de que aquel tiempo en el que me sentía profundamente feliz tiene en su interior expresiones muy contundentes de cómo funciona el ordenamiento racial, patriarcal y clasista en Guatemala, como producto colonial, cosas que con el tiempo comencé a comprender e identificar en mi vida y, sobre todo, desde el reconocimiento de mi identidad como sujeto popular. Ahí, al entender que mi corporalidad me une a los sayones, que las condiciones a las que fui relegado no están nada separadas de las de ellos.
Cuando abracé mi identidad y entendí mi ubicación dentro del espectro del poder colonial comprendí que había sido víctima del más vil engaño del colonialismo interno: el creer que yo tenía algún privilegio que me separaba de ellos, algo que me hacía pensar que yo era otro, otro que tenía, otro que podía, otro que no era Sayón, que no había nacido para servir, otro que podía ser libre… Pero no, resulta que nada fue nuca así… Resulta que bien podría yo ser uno de ellos y que por eso me tomo el atrevimiento de hablar sobre su realidad. Pero ese “Hablar de su realidad” no es ningún intento de ser analista o representante de nada, es más bien, tomar la oportunidad de que quien lee esto sienta esta realidad tanto dolorosa como celebratoria y aún más importante, que sujetos como yo se identifiquen y renuncien a los engaños de la instauración de la colonia en nuestras mentes y espíritus.
También, es fundamental que aquellas personas que son creyentes y partícipes se nieguen a seguir en esta miopía de una opresión evidente, se trata de hechos que desenmascaran las estructuras socio-raciales sobre las que fue fundado este país, yo mismo he decidido ver a la cuaresma desde todos los ángulos posibles, pero principalmente desde el ángulo sociológico, político y cultural. Ahora, cuando mire la procesión, quite un poquito la vista de donde va Jesús Nazareno y vea a quienes hoy día la desigualdad del mundo está flagelando frente a sus ojos.
Este fue un trabajo realizado en colaboración con la sensibilidad visual de Carlos Domínguez González para la fotografía, parte fundamental en este proceso que hoy se apertura y seguirá desarrollándose y ampliándose paulatinamente.
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