La perpetuación del colonialismo, la resistencia de los pueblos y de las mujeres mayas / Ensayo por Emma Chirix

Escribo esta ponencia, no siguiendo la línea de la objetividad y neutralidad porque las personas y los pueblos indígenas somos sujetos y no objetos, y porque los cuerpos, las sexualidades y el pensamiento maya son políticos, sociales, económicos e históricos.

La temática que analizo me invita a reafirmar desde una forma liberadora mi autoadscripción étnica-racial y genérica, a nivel individual y colectivo. Soy mujer maya, reconozco mis raíces,  así como las luchas económicas y políticas de mis ancestros y ancestras, no me considero “pura maya”, tampoco nativa, ni autóctona, no soy un vestigio, ni del interior, como los occidentales me quieren identificar. Soy maya kaqchikel de Chixot, –yin aj maya– somos mayas, –oj mayab’– somos nosotras/nosotros, –roj oj wachinel– somos diversos, pertenecemos a un pueblo, somos sujetos colectivos, porque compartimos historias, prácticas y experiencias colectivas. Situarme, me motiva a repensar el “nosotras/os” para hacer frente a la dominación, la colonización y las relaciones de poder, desafiando así, el conocimiento occidental; del cual persisten las nociones civilizatorias que insisten en blanquearnos, asimilarnos y enajenarnos. La persistencia del colonialismo sigue violentando nuestras vidas y nuestros territorios. A pesar de estos daños y opresiones, yo sostengo que somos cuerpos vivientes, pueblos en movimiento que aspiramos al bienestar y al de la madre naturaleza.

Introducción

En esta ponencia analizo cómo el colonialismo se ha perpetuado a nivel estructural, en las instituciones y en la vida cotidiana de las personas y el pueblo maya. La ponencia está organizada en dos partes. En la primera parte abordaré la imposición del colonialismo, en la segunda, plantearé la resistencia de los pueblos y de las mujeres mayas.   En la primera parte desarrollaré cuatro temas: 1) el colonialismo, los colonizadores y el Estado colonial; 2) el colonialismo, el racismo y el patriarcado colonial; 3) una academia colonialista; 4) colonialismo y feminismo blanco.

Imposición del colonialismo

 

1. El colonialismo, los colonizadores y el Estado colonial:

El colonialismo fue impuesto por los colonizadores europeos durante la invasión de los pueblos y territorios. El colonialismo ha marcado relaciones de poder y ha caminado junto a procesos de civilización (Elías 1987), sostenido por valores de homogenización, universalidad, objetividad y racionalidad. La colonización ha sido una relación de dominación estructural (Talpade Mohanty 2010), que permanece viva en el imaginario social y se  materializa con políticas de asimilación, anulación de las identidades,  saqueo de recursos, exterminio y etnocidio. Para civilizar y disciplinar los cuerpos indígenas, el dominador europeo blanco se valió de formas sutiles y perversas de ideología racial. Se desarrolló la idea y el sentimiento de la superioridad natural del hombre blanco como invasor, frente a la sumisión natural de los indígenas. Para deshumanizar a los indios, se impuso la esclavitud a través del trabajo forzoso y para lograr la misión “civilizadora” había que cristianizarlos. Otra herramienta de coacción fue la distribución racial-social-sexual del trabajo, basada en el binomio cuerpos y cultura inferior y cuerpos y cultura superior; es decir, existieron por un lado, cuerpos y cultura inferior, mujeres y hombres indígenas y negros, y por el otro, cuerpos y cultura superior, colonos, hombre blanco con capital para construir y mantener la blanquitud civilizatoria (Sarzuri-Lima 2011), así como formas de explotación colonial  asentadas en una metodología extractiva.

La colonización histórica se ha sostenido a través de las instituciones y políticas coloniales, entre estas: el Estado, la iglesia, la academia, los patriarcados, y en el siglo XX, el feminismo blanco. Estas instituciones reproducen y reactivan la explotación, la servidumbre, la blancura, la jerarquía y segregación racial, genérica y de clase. Y de esta manera, los problemas históricos, económicos, políticos y sociales siguen golpeando de manera sutil y brutal a los pueblos y a las mujeres mayas. El origen de la dominación ha sido histórico y estructural.

Los procesos de colonización-civilización crearon mecanismos de poder y dominación de manera sistemática y premeditada para ejercer control sobre la tierra y los pueblos. Históricamente, el despojo y la concentración de tierras ha sido una constante. La ocupación colonial (Mbembe 2011) impuso un sistema para legitimar una soberanía colonial; de esa manera, se crearon las instituciones coloniales para establecer relaciones de poder fundamentadas en mecanismos de control, vigilancia, jerarquía y segregación de clase, racial y de género. Los invasores coloniales blancos, entre ellos: españoles, alemanes, estadounidenses, suizos, italianos, rusos, criollos y ladinos con poder económico y político han instalado su poder y exclusividad en el territorio. Los colonizadores establecieron una distribución de la población, una división social y racial del trabajo. Crearon un lugar para los colonos y un lugar para las y los colonizados, que como consecuencia ha dado lugar a espacios de marginación y aislamiento para someter a pueblos indígenas y pobres. Ejercieron soberanía, es decir, crearon políticas y condiciones para someter a los pueblos indígenas, y tuvieron la capacidad para definir quien tiene el poder, quien es importante, quien tiene valor, quien puede vivir y quienes deben morir.

Los colonizadores e invasores han marcado la vida y los cuerpos de los pueblos a través de la esclavitud, la servidumbre, la violación y el blanqueamiento. Estos han sido históricos y violentos. La concentración de tierras otorgó privilegios para los colonizadores y se creó la pobreza para una mayoría de familias, comunidades y pueblos. La creación de esta pobreza histórica no se puede solucionar con propuestas fáciles y superficiales o con discursos coloniales como: “ellos quieren vivir así”, “ellos aguantan vivir así”.

Los colonizadores no han actuado solos. Para la dominación económica y política, utilizan las instituciones coloniales, los fondos del Estado y de la cooperación internacional; utilizan y cooptan la burocracia gubernamental, las municipalidades y los medios de comunicación escrita y televisiva al servicio de sus fincas y empresas. Además, los colonizadores, hombres blancos con capital, han utilizado grupos de personas racialmente identificados, es decir, servidumbre indígena y ladina, para realizar los trabajos duros y crueles al servicio del patrón.

A fin de mantener sus privilegios el poder colonial económico y político ha creado la pobreza, el hambre, el racismo, la servidumbre institucional, la corrupción, las políticas de exterminio, los estados de sitio[3] y de excepción. El despojo y la concentración de tierras ha sido una constante como política de acumulación de capital, ejecutada por los primeros colonizadores; luego por el régimen cafetalero; en la época dictatorial y de guerra por los militares, y actualmente por un Estado que privilegia y propicia los megaproyectos, empresas transnacionales extractivas, hidroeléctricas, empresas petroleras,  industrias del monocultivo de palma aceitera. Los descendientes de los colonizadores, los neo colonizadores y capitalistas continúan gozando de privilegios de clase, género, y raza.

El estado colonial y racista continúa dando atención mínima o nula. En muchas  comunidades indígenas y ladino/mestizas pobres y rurales está complemente ausente, mientras que en otras limita y viola los derechos individuales y colectivos a través del Estado de Sitio[4], pero asegura intereses y capital nacional y extranjero a los megaproyectos[5].  Cada vez más se confirma que las familias indígenas que trabajan en fincas de café son más pobres, no logran el “progreso ni el desarrollo” que tanto pregonan los megaproyectos.

2. El colonialismo, el racismo y el patriarcado colonial

El colonialismo sigue generando desigualdades que se manifiestan  en la forma en que el Estado prioriza espacios seguros para ciertos grupos e inseguros para la mayoría de los pueblos, en donde las violencias, de clase, género y étnico racial afectan de manera desproporcional a las regiones más pobres y marginadas del país.

El Estado y las familias con poder económico y político han utilizado diversos mecanismos de sometimiento, entre estos: creación de la pobreza desde el sistema latifundio/minifundio, el hambre como control social que obliga a las personas y comunidades al  trabajo forzoso, con salarios no dignos y a la migración. Y para hacernos creer el sometimiento, han perpetuado los estereotipos y prejuicios raciales, y para recordar el lugar que ocupamos en la sociedad colonial (Hill 2001) insisten en la jerarquía y segregación racial, de clase, de género; y para limitar nuestros derechos, recurren a mecanismos represivos, a estrategias militares coloniales y contrainsurgentes. Es decir, los cuerpos blancos masculinos han creado una jerarquía racial y mecanismos de control y vigilancia sobre los cuerpos indígenas y negros; ubican y dirigen de manera diferencial los recursos y las políticas públicas según los distintos territorios, dependiendo del color de los cuerpos que los habitan.

A la dominación blanca europea, de criollos y de ladinos/mestizos ricos y pobres se suma el patriarcado indígena, que se caracteriza con roles, normas y valores que responden al modelo de masculinidad impuesto universalmente. La práctica de esta masculinidad hegemónica se concreta en relaciones de poder, superioridad y violencia hacia las mujeres indígenas[6].

Los mecanismos coloniales que violentan las mentes y los cuerpos de las mujeres indígenas, son diversos, entre estos: la violación a través del derecho de pernada; la servidumbre; el blanqueamiento de los cuerpos para mejorar la raza; la enajenación a través del fundamentalismo cristiano; en tiempos de guerra, la violencia sexual forzada; la continua violencia en el hogar, y actualmente, la violación de niñas y jóvenes que ha ocasionado el número creciente de embarazos precoces.

El poder racial masculino y la cosificación de los cuerpos femeninos están en todas partes, en el Estado, las instituciones, el hogar, la calle, las escuelas, el mercado, los medios de comunicación y los hospitales. En estos últimos se manifiesta concretamente en las salas de parto y posparto, cuando la violencia obstétrica agrede con crueldad los cuerpos, las mentes y los espíritus de las mujeres mayas. Desde la perspectiva de la economía neoliberal, algunos medios de comunicación visual producen y reproducen la pornografía de mujeres jóvenes mayas para cosificar los cuerpos y para satisfacer la demanda de lo exótico.

El patriarcado colonial legitima su poder a través de las instituciones, en este caso de la iglesia, institución colonial y masculina, que ha impuesto y continua imponiendo un fundamentalismo cristiano que moraliza, que sacraliza el dolor, la culpa, el castigo, la doble moral y la vergüenza, y que agudiza la pobreza a través del diezmo y la limosna. Las instituciones coloniales continúan controlando y vigilando los cuerpos de las mujeres y de las personas LGTBIQ. Es preciso afirmar que el proceso de evangelización-inquisición, la educación oficial, los medios de comunicación continúan matando “al indígena” o maya[7] que llevamos dentro. Actualmente, se observa en las comunidades la proliferación de  iglesias evangélicas y se pueden contar con los dedos la presencia de escuelas. Siguen en aumento las ideas conservadoras y deshumanizantes, más que las creativas, críticas y propositivas.

3. Una academia colonialista

Problematizar la condición colonial de la educación sigue siendo una necesidad para conocer el origen y profundizar sus efectos.  El conocimiento colonizado ha trastocado el sistema educativo del país, casi destruye el conocimiento maya a través de procesos de asimilación, ladinización, alienación y anulación de la identidad maya. La matriz de dominación ha tenido efectividad porque ha permitido perpetuar las desigualdades sociales y aceptar las reglas del sistema, nuevamente lo que se repite en la educación es el siguiente argumento: “la educación occidental saca a la gente de su ignorancia y subdesarrollo y la pone en un estado de ilustración y civilización” (Carnoy 2006). La educación colonial se ha mantenido y se reactiva de manera permanente para imponer formas de pensar, sentir y ser a fin de perpetuar el etnocidio cultural. El aparato civilizador de occidente continúa categorizando y naturalizando lo indígena o lo maya como atrasado, primitivo, empírico e inferior, para justificar la superioridad de los blancos y la “misión civilizadora”.

Racialmente se ha argumentado que el espacio académico es para las y los blancos-letradas y letrados, es para el sector con poder económico y político. El racismo y machismo han permeado en la educación colonialista, lo que se constata a través de textos escolares y universitarios, así como, en los discursos de la mayoría de docentes en las escuelas y universidades. Las relaciones de poder en la academia, que se materializan en racismo y exclusión, han limitado el acceso de las y los mayas a la educación superior, a ser docentes o investigadoras. En esta línea, retomo una pregunta que Morna Macleod (2010) expresa: ¿cuántas mujeres y hombres mayas encabezan las facultades y centros de investigación? Y yo me pregunto, ¿cuántas mujeres mayas han dirigido o dirigen el Instituto Universitario de la Mujer o el Instituto de Estudios interétnicos?, estas interrogantes pueden extenderse a otros espacios sociales e instituciones como las universidades privadas, proyectos de desarrollo y organizaciones internacionales.

Los académicos coloniales sobrevaloran el conocimiento occidental, son eurocentristas, se sienten con poder y autorización de escribir por las y los mayas, algunos asumen la idea que son voz de los sin voz, se convierten en expertos, incluso aprenden idiomas mayas para hablar y vanagloriar el pasado de los mayas, se muestran preocupados por la pérdida de los idiomas mayas y asumen una actitud de salvadores. Otros profesionales eurocéntricos continúan viviendo de proyectos arqueológicos, antropológicos y de desarrollo en nombre de los mayas.

Las y los académicos eurocentristas y anglocentristas se identifican como académicos, cientistas, expertos en LO MAYA, mientras que las mujeres indígenas servimos para dar testimonio, y generalmente nos ven como “objetos de estudio” o nos tratan como sirvientas. No logran considerarnos intelectuales, pensadoras y menos investigadoras sociales. En los congresos académicos se observa y siente las actitudes de superioridad de las y los expertos, en el plano de las relaciones sociales, no saludan, no asisten a nuestras presentaciones, no preguntan, no dialogan, no nos interpelan. En la elaboración de proyectos con participación indígena, no ceden, ni comparten el poder y menos aún, la distribución equitativa de los recursos financieros. No ceden sus privilegios. En la cotidianidad nos siguen viendo como sus inferiores. A los académicos coloniales les interesan las “piezas arqueológicas porque seguimos siendo vestigios”. No les importa lo que está ocurriendo en nuestras vidas, en nuestros países, no les interesan las y los mayas de carne y hueso, y menos aún, nuestros múltiples problemas actuales y reales.

Varios docentes e intelectuales, “tienen la creencia que son ellos los portadores del conocimiento científico mientras los indígenas no pueden saber, porque están intelectualmente oprimidos” (Macleod 2010:10).  También utilizan una política racial que jerarquiza y segrega para que una mayoría blanca o mestiza/ladina trabaje en la administración,  docencia e investigación. Algunos cooptan estos espacios sin tener la capacidad académica. Los puestos de trabajo no son dados por oposición o capacidad sino a través del clientelismo. Las consecuencias de este proceder se observan en la pobreza de conocimientos que reciben los estudiantes y, además, en la mentalidad conservadora, positivista y funcionalista de varios docentes que impide la aprobación e innovación de proyectos de tesis, así como la aceptación de perspectivas y epistemologías diversas. La marginación, la apropiación y la exclusión las hemos vivimos las mujeres mayas profesionales en las universidades y el mecanismo utilizado ha sido el despido directo. En la Universidad de San Carlos de Guatemala en el año 2017 fueron despedidas tres sociólogas mayas de la Escuela de Ciencia Política por ser indígenas y la frase utilizada fue: “aquí ya no queremos ver gente indígena”[8]. En una universidad privada fueron despedidas tres investigadoras en el año 2019 “por ser comunistas”, en esta misma universidad han sido despedidos más docentes e investigadores, en años anteriores.

Las universidades son instituciones coloniales, sostienen el sistema y el proceso civilizatorio, generan y reproducen roles de poder, corrupción, mediocridad,  la compra de voluntades, el clientelismo y la burocracia.

4. Colonialismo y feminismo blanco

En la academia, no sólo nos golpea el machismo y el racismo también nos violentan las  relaciones utilitaristas, así como la actitud tutelar y proteccionista de feministas y mujeres blancas. Las ladinas/mestizas utilizan una metodología extractiva, valorizan el conocimiento occidental y el pasado maya, se sienten superiores e imponen su poder en las investigaciones, en los procesos de “formación” para dirigir, victimizar y fiscalizar los cuerpos de las mujeres indígenas y vivir de los proyectos. Actualmente, continúan desconociendo nuestros aportes teóricos y económicos, es decir, han naturalizado la explotación que sigue imponiendo relaciones de servidumbre. Otras, nos someten para trabajar de manera voluntaria o ad honoren.

Las feministas blancas abordan, escriben y analizan la experiencia de las mujeres occidentales como la experiencia de las mujeres en general, con una perspectiva euro o etnocéntrica. Nuestra contribución teórica todavía no ha sido tejida con colores en los feminismos, en otras palabras, nuestros conocimientos y pensamientos no ocupan todavía un lugar teórico/epistémico en Abya Yala.

El colonialismo, el proceso civilizatorio y el efecto del poder femenino blanco están presentes en diversos espacios sociales. Hay varias construcciones teóricas y comportamientos que reproducen la subordinación femenina. La normalización de lo occidental, la homogeneización de categorías como el género, la mujer, las vulnerables y otras categorías occidentales están  presente en las bases de las ciencias sociales y en la teoría y práctica del feminismo.

Plantear de manera homogénea nuestras vidas y experiencias es aceptar que hemos nacido en condiciones iguales y que nuestras experiencias de vida son iguales, eso no es cierto, porque nacemos y crecemos en condiciones desiguales de clase, raza, y género. Es importante recordar que vivimos opresiones múltiples, no somos un grupo singular sobre la base de una opresión común.

El feminismo blanco naturaliza el racismo porque no da explicaciones completas de nuestras realidades y opresiones, y todavía no reta la hegemonía de lo blanco, por eso refuerza la jerarquía, la segregación racial y las desigualdades coloniales.  Se reproduce la idea que las blancas-ladinas deben pensar por las mayas porque estas son incapaces de gobernarse por sí mismas, de administrar proyectos y crear sus propias ideas y epistemologías. Cuando asumen esta actitud tutelar no nos consultan y les sirve de justificación para apropiarse del capital cognitivo y financiero de las intelectuales indígenas.

Las mujeres blancas y feministas asumen el rol de patronas y con derecho a mandar, y adjudican a las mujeres indígenas el rol de obedecer. Estas relaciones de poder entre mujeres han sido naturalizadas y reproducidas en los diversos espacios sociales para perpetuar el estereotipo racial, que afirma que las indígenas sirven únicamente para ser sirvientas y que la servidumbre debe ser debe ser el lugar de las indígenas en las sociedades racializadas. Un problema recurrente es la negación de la participación de las mujeres indígenas en la academia y en las organizaciones de mujeres, a pesar de que en sus planteamientos o estrategias promuevan el multiculturalismo, la inclusión, la interculturalidad, la etnicidad, la diversidad, la democracia y los derechos humanos. Niegan o se olvidan de que existen otras opresiones y violencias que tocan la vida de las mujeres mayas. Para las y los blancos ricos y pobres, seguimos siendo “las Otras”, “las marías”, “la marchante”, “la mija”, “la sirvienta”, “la asistente”, “la tomatera”, “las inditas”, “la del traje”. Cuando cuestionamos somos las  “las problemáticas”. Y cuando venden la imagen folclórica del país nos convertimos en “mercancía”.

El enfoque o la perspectiva de género por sí sólo, no conduce a la igualdad, no resuelve las opresiones y violencias que enfrentamos cotidianamente, de ahí, la insistencia de hacer análisis interseccionales (clase, raza, género), con pensamiento crítico que motive la emancipación de las mujeres mayas y la descolonización del feminismo blanco.

Resistencia de los pueblos y de las mujeres mayas

 

La resistencia y la rebelión indígena son históricas. La resistencia ha sido una herramienta de lucha que ha permitido enfrentar la dominación colonial, la explotación económica y las políticas raciales. En un inicio la resistencia fue contra los abusos de los criollos y peninsulares, doctrineros, funcionarios y habilitadores ladinos, posteriormente contra militares y recientemente contra los políticos corruptos. Se ha manifestado resistencia contra el tributo, el militarismo forzoso, el colonato, la servidumbre, el hambre, el despojo y robo de tierras y actualmente contra el alto costo de la vida, la minería, el racismo, las masacres, el genocidio, los proyectos hidroeléctricos, la corrupción e impunidad, la represión y el autoritarismo, la violencia contra las mujeres mayas. La práctica social de esta resistencia manifiesta que los pueblos indígenas y las mujeres mayas no hemos sido víctimas, sino que históricamente hemos sido sujetos rebeldes frente a la dominación.

No es cierto que los pueblos indígenas vivan su vida “normal” ante una realidad que los oprime y los excluye cotidianamente y se tornan “anormales” cuando se rebelan. El criterio de “normalidad” no es suficiente para entender los tipos de violencias que se imponen a los pueblos indígenas de manera institucionalizada y cotidiana[9], para fin de disciplinarlos o civilizarlos. Tampoco es posible generalizar. Es decir, no se puede afirmar que todas las mujeres y hombres indígenas sean sumisos, o que se dejan humillar, explotar y que sean serviles.[10]

Las mujeres indígenas no hemos sido víctimas pasivas de la dominación de clase, patriarcal y racial. Nuestras ancestras ejercieron su poder enfrentándose continuamente contra los encomenderos, habilitadores, funcionarios ladinos y ejército indígena y ladino. Hemos aportado en distintos espacios sociales, en distintas vertientes. Seguimos cuestionado, hablando, escribiendo, rompiendo el silencio y hacemos propuestas individuales y colectivas para construir una vida sin racismo, sin injusticias y desigualdades.

Entre las organizaciones de mujeres hemos iniciado el dialogo y debate sobre qué significa hablar y hacer procesos de descolonización, sobre cómo opera la hegemonía, cómo se sostienen las desigualdades, las ideologías y las estrategias de dominación hacia el ser y cuerpos de las mujeres indígenas. Me uno a las voces y propuestas de mujeres que promueven la idea de desestabilizar la teoría, de cuestionar o descolonizar los conceptos homogeneizantes y universales, como el género, la mujer, el cuerpo y la opresión de la mujer, porque estos conceptos universales siguen siendo homogeneizadores y blancos. La centralización del  género sigue insistiendo en el binomio hombre-mujer y no toma en cuenta la diversidad sexual y menos la interseccionalidad de las identidades y opresiones. Es cierto, en un momento histórico el género enriqueció el conocimiento e invitó a una práctica social distinta en las relaciones entre mujeres y hombres, además permitió profundizar el concepto de “el sujeto”, pero ha tenido sus debilidades porque reduce o niega otras identidades.

La resistencia nos conduce continuamente a preguntarnos quienes somos, de dónde venimos  y hacia dónde vamos. En esta línea, valoramos la categoría de pueblo maya y la construcción de la identidad maya que se conecta con el pasado y el presente, y está viva en la memoria. Nos afirmamos y existimos a través de las relaciones familiares, comunitarias y de pueblos. Nos afirmamos mayas, roj aj maya “nosotros somos mayas”, pero también, nos aceptamos cuando q’a winak se define con otras categorías identitarias. A través de esta conciencia colectiva se expresan ideas, realidades, experiencias y luchas comunes contra el sistema de dominación; apostamos a proyectos de vida, múltiples actividades anticivilizatorias,  economías de vida y organización política comunitaria.

La identificación y la experiencia maya fueron y continúan siendo un eje unificador basado en la construcción de la identidad étnico-racial como base para el reconocimiento, representación, empoderamiento, reivindicación y para producir emancipación en todas las áreas. Este eje se traduce en reclamos, demandas y alianzas.

El aporte del movimiento maya y de las mujeres mayas, no debe ser idealizado, porque hacerlo no muestra la internalización de las opresiones y del colonialismo a nivel individual y colectivo. Esta internalización se concreta en debilidades y errores, así como en la negación de la diversidad sexual a nivel interno, del patriarcado indígena, la violencia contra las mujeres indígenas, la reproducción del militarismo y del fundamentalismo religioso. Otras de las formas en que se puede expresar esta internalización de las opresiones  es a través de la incorporación de algunos indígenas en las instituciones del Estado por su participación en el partido político, lo que ha servido para mantener su rol de sumisión y servidumbre. Constituyen un ejemplo de esta incorporación las y los funcionarios indígenas que aceptaron y adoptaron sin cuestionamiento las relaciones de poder, las desigualdades, la exclusión, el racismo, la corrupción y el enriquecimiento personal.

La resistencia maya ha sido histórica y política, la autoadscripción maya es una categoría viva y en movimiento que expresa “aquí estamos y valemos”; lo expresamos y lo vivimos. Algunas de estas expresiones son oj maya “somos mayas”, xa qa b’anikil, es decir, “es nuestra identidad, es nuestra forma de ser, estas son nuestras prácticas culturales, organizativas y económicas”. Otra expresión importante sigue siendo qa nä’ojibal – qab’anobäl, nuestra forma de ser y nuestra forma de actuar. Esta identificación desde los idiomas mayas, más el aporte del movimiento maya, sigue provocando un acto de emancipación, de resistencia y de transformación.

Hemos iniciado procesos de descolonización reconociendo nuestras raíces históricas, examinando y enunciando cómo opera la colonización, la hegemonía y las estrategias de dominación hacia el ser, los cuerpos y la sexualidad maya. Es preciso reconocer las imposiciones y los imaginarios que definieron los cuerpos mayas, pero también tener la capacidad y el derecho de rechazarlas. Descolonizar implica pensar y actuar desde la sabiduría, la experiencia y resistencia de los cuerpos y pueblos. Descolonizar nos conduce a sacudir el yugo colonial para vivir en libertad, sin explotación, ni apropiaciones, ni opresiones, ni patriarcados. Es desmantelar el colonialismo y el neocolonialismo del poder y del saber, e ir construyendo conocimiento desde los saberes y prácticas indígenas. Es hablar sobre el poder que pueden y deben tener las mujeres sobre sus cuerpos, tierras y territorios. Es luchar contra las diversas opresiones genéricas, raciales, a nivel familiar, comunitario y de la sociedad guatemalteca. Es luchar por las cuotas de poder a nivel local, regional y nacional. Es enfrentar la dominación blanca y ladina. Es confrontar la desaparición estadística de indígenas en los datos demográficos. Es cuestionar las categorías de modernización y de quienes son los Otros y las Otras, porque la otredad no tiene rostro ni historia. Es revisar cómo nuestros cuerpos indígenas alojaron a las y los opresores sin pedirnos permiso. Este proceso de internalización invita a sacudir nuestras consciencias y cuerpos para sacar a las y los dominadores de nuestros cuerpos, de nuestras mentes y espíritus. Basta ya de cargar a “tuto” (en la espalda) a los opresores y las opresoras por las disciplinas corporales impuestas. Urge la necesidad de incorporarnos para rechazar y cuestionar las relaciones de servilismo y de obediencia.

Descolonizar implica cuestionar, crear y reconstruir el conocimiento y pensamiento ancestrales, es luchar por ri ketamab’äl qati’t qamama’, la sabiduría de las abuelas y abuelos, ki k’utbäl, sus enseñanzas, ri utziläj taq na’oj, sus buenas ideas.

Pero no basta alcanzar la comprensión más crítica de la situación de las opresiones, pues esto no permite liberar a las mujeres mayas; al desnudarlas damos un paso, pero eso no es suficiente si no nos ajustamos a la lucha política por la transformación desde el pueblo maya. Se sabe también que los cambios por sí solos no pueden lograr la transformación de las estructuras e instituciones. Para hacer cambios estructurales urgen la reflexión y las alianzas entre las mayas, con los mayas, con indígenas, con mestizos con conciencia o aliados; con organizaciones y sectores que respondan al ser y saber indígena. Para esto es necesario analizar y hacer propuestas concretas contra los fundamentalismos, las injusticias, las violencias, la corrupción, la impunidad y la neutralidad, que continúan manteniendo el privilegio de unos pocos y la pobreza en una mayoría de la población.

Finalmente, la lucha y la resistencia están relacionadas con nuestros conocimientos y poderes, es decir, contamos con nuestra voz, nuestras palabras e idiomas, nuestra sabiduría, nuestra economía comunitaria, nuestras autoridades y formas de organización,  Estamos vivas y vivos porque nosotras/os como pueblo maya e indígenas, como comunidad nos hemos cuidado, nos hemos alimentado, nos hemos organizado y hemos resistido ante tanta violencia. Por esas formas de apoyo y de cuidado hemos asegurado la vida de nuestros seres queridos, hemos persistido. Y porque creemos en la vida, nos motivamos para vivir. Hemos resistido, no lograron aniquilarnos. Desde hace muchos siglos hemos construido la colectividad, la solidaridad, la defensa y la resistencia. El pensamiento maya opta por la vida y la voluntad de cuidar la vida humana, pero también  la madre naturaleza, tenemos derecho a vivir de manera digna. Ahora con grito de libertad podemos decir: “Yo vivo, nosotras vivimos, vale la pena vivir”.

Bibliografía:

Elías, Norbert. (1987). El proceso de la civilización, investigaciones socio genéticas y psicogenéticas. Fondo de Cultura Económica, México.

Chirix García, Emma Delfina. (1997). Identidad masculina entre kaqchikeles, (tesis de licenciatura en sociología), Universidad de San Carlos de Guatemala, Guatemala.

­­Chirix. (2013). Cha’akulal, chuq’aib’il, chuqa b’anobäl: Mayab’ ixoqi’ chi ru pam jun kaxlan tza’apatäl tijonïk, Cuerpos, poderes y políticas: Mujeres mayas en un internado católico, Ediciones Maya Na’oj, Guatemala.

Hill, Robert M (2001) Los kaqchikeles de la época colonial; adaptaciones de los Mayas del altiplano al gobierno español, 1600-1700, Plumssock Mesoamerican Studies, editorial Cholsamaj.

Macleod, Morna. (2010) Universidad y pueblos indígenas. Revista Estudios Interétnicos (No.22), p.7.

Mbembe Achille. (2011). Necropolítica, Sobre el gobierno privado indirecto, Editorial Melusina, España.

Sarzuri-Lima, Marcelo. (2011, 20 de septiembre). Descolonizar la educación. Elementos para superar el conservadurismo y funcionalismo cultural, Integra educativa Vol. IV/No 3, consultado en: https://es.scribd.com/document/207454493/Descolonizacion-de-La-Educacion

Talpade Mohanty, Chandra. (2010). Bajo una mirada occidental: estudios feministas y discursos coloniales. En Emancipaciones feministas en el siglo XXI (234-269), Ruth Casa Editorial, Editorial de Ciencias Sociales, Panamá.

Citas

[1] Presenté esta ponencia en el XI Congreso Internacional de Mayistas en Chetumal, Quintana Roo, el 23-29 de junio de 2019. Estoy muy agradecida con Marie Annereau-Fulbert, Tomás Pérez y  José Alejos por la invitación a participar en dicho congreso. Previamente a la publicación en línea de esta ponencia, decidí enriquecer el texto con las observaciones y sugerencias de Jacinta Yon, Emilia Cosiguá. María Patricia Pérez y de Juan Antonio Isaías Tiney Chirix, expreso mi gratitud por el apoyo recibido. Quiero agradecer también a María Victoria García por la edición del mismo y a Divergencia Colectiva por socializar esta ponencia.
[2] Doctora en Ciencias Sociales e integrante del Colectivo de Mujeres Mayas Ixbahlam.
[3] Cuando estaba en el proceso de revisión de esta ponencia, el gobierno de Jimmy Morales implementó el estado de sitio en 22 comunidades, la justificación fue el narcotráfico, sin embargo, detrás de este estado de sitio lo que prevalece es la represión con el fin de crear miedo y terror hacia las comunidades y así justificar la presencia de los  megaproyectos.
[4] El gobierno de Guatemala decretó Estado de Sitio en 22 municipios y seis departamentos. Ver noticias en medios: https://www.telesurtv.net/news/guatemala-decreta-estado-de-sitio-asesinado-militares-20190904-0041.html   https://www.prensalibre.com/guatemala/politica/jimmy-morales-decreta-estado-de-sitio-en-municipios-de-cinco-departamentos/  https://www.prensacomunitaria.org/
[5] Los megaproyectos con capital europeo, norteamericano o canadiense, no sólo atentan el ecosistema de los pueblos sino también su soberanía
[6] Esta problemática la abordé en mi tesis de licenciatura. Véase Chirix, 1997.
[7] En el presente documento la categoría identitaria Maya se refiere a las personas y colectivos que se autoadscriben como tal, mientras la categoría indígena se refiere a los pueblos Maya, Garífuna y Xinca.
[8] Se hizo la denuncia a la Comisión Presidencial contra la Discriminación y el Racismo (CODISRA) y ante el Ministerio Público (MP). En la primera institución pasamos a ser un caso  más. En el MP, el proceso no avanzó porque el mensaje enviado por las autoridades del consejo administrativo de la Escuela de Ciencia Política, no tiene pruebas suficientes para ser considerado como delito.
[9] Es importante revisar la visión del Estado, de la Iglesia, de los medios de comunicación, de los criollos y ladinos conservadores y racistas en relación con la rebelión de los indígenas. Una manera de retener y descalificar su resistencia es señalarlos de salvajes, incivilizados, gente sin educación, ingobernables, problemáticos, radicales y conflictivos.
[10] Véase el libro de Emma Chirix Cha’akulal, chuq’aib’il, chuqa b’anobäl: Mayab’ ixoqi’ chi ru pam jun kaxlan tza’apatäl tijonïk, Cuerpos, poderes y políticas: Mujeres mayas en un internado católico, 2013.

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